Saludos amigos de Holos & Lotus.

Todos vivimos en una convivencia que, dependiendo a dónde nos encontremos, nos hace actuar de determinada forma. En el trabajo, en el mercado, en un parque, en casa de conocidos o desconocidos. Actuamos de acuerdo a normas de convivencia que nos hacen ser respetuosos, coherentes, amables y de buen trato.

Ah, pero estamos constantemente dejando pasar, cuando el otro o los otros nos agreden o nos ofenden en alguna forma. ¿A qué me refiero?

En esa vida, nuestra @charjaim, nos invita a compartir aquellos momentos en los que sentimos de alguna forma que hay una "gota que rebasó el vaso", algo que nos hizo llegar al límite de lo aguantable, "ahora sí, que me salgo de mis casillas".

Tragos amargos, ¿a qué le das permiso para que saque lo peor de ti? Es la pregunta que nos hace @charjaim. Y yo pensé y le comenté. ¿Qué puede hacer sacar lo peor de mí?
Y de inmediato pensé en mis hijos, y en mis seres amados. Pensé en lo mucho que me duele cuando alguien los lastima, y en lo impotente que me siento al no poder defenderlos.

Mi cordialidad tiene un límite:

Soy una persona sumamente cordial, amigable, amable y muy dada a hacer amistades y a pasarla bien con las personas. Soy de las que puede hacer un amigo en la sala de espera de un consultorio, en la cola del banco o en donde sea. Me gusta tratar bien a las demás personas, para mí, la armonía es muy importante. Siempre te saludaré con una sonrisa y te escucharé y te atenderé y lo pasaremos muy bien. Es muy difícil que haga un espectáculo que incluya gritos y malas palabras, a menos que... A menos que le hagas daño a mi gente y mi gente incluye: Hijos, esposo, mamá, papá, hermanos, hermana y sobrinos.

Una anécdota que vino a mi mente:

Hace algunos años en el 2015, cuando uno de mis sobrinos tenía alrededor de 3 añitos, vi cómo un señor le doblaba los deditos hacia atrás, alegando, según él, que mi sobrinito le había levantado la voz. Yo reaccioné como una histérica, se me volaron todos los tapones y la furia me cegó. Vi cómo el hombre le doblaba los deditos. Este señor dijo que no había ocurrido nada de eso, que yo había visto mal y que él solo le había sostenido con firmeza la manito a mi sobrino para advertirle que no le gritara. Yo le grité como nunca le he gritado a nadie, eso no lo olvidaré jamás. Le dije groserías y les juro que no me arrepiento. Me indignó ver lo que vi y mucho más sentirme impotente de no poder demostrar lo que aquel hombre había hecho. Mi sobrinito lloraba, pero era nuestra palabra contra la de aquel hombre.

El hombre se mantuvo en su versión y al final me tocó decir que yo había visto mal y pedir disculpas. Sé lo que vi, han pasado 10 años y sé lo que vi. Hoy, cuando lo recuerdo, no puedo evitar sorprenderme de mi reacción arrebatada, histérica y muy seguramente totalmente fuera de control. Fue con mi sobrinito de 3 añitos, no me quiero imaginar que habría hecho de haber sido con un hijo mío.

Métete conmigo, pero con ellos no:

Creo que el caso de mi sobrino, ha sido la única vez que exploté con alguien de esa forma. Sin embargo, muchas veces me encuentro enterándome de situaciones donde alguien ha sido injusto o de mal actuar con alguno de mis seres queridos y eso me hace sentir muy mal. A Dios, gracias, no estoy en el momento en el que ocurre el altercado, porque si reaccioné así cuando mi sobrinito, seguramente lo volvería hacer. Le pido a Dios que no me permita estar delante en un momento así, porque no quiero saber cuál sería mi reacción.

Quizás es normal que quiera estar protegiendo siempre a los míos; sin embargo, sé, que ellos deben vivir sus experiencias y aprender de ellas. Si se caen, deben levantarse y seguir adelante.

Incluso, que mi esposo me cuente que en su trabajo alguien ha sido injusto con él, me lastima mucho. Pero no me queda otra que darle mi apoyo y ayudarlo a superar el mal trago con palabras y consejos.

La verdad no quiero volver a estar presente cuando alguien lastime a los míos, eso saca lo peor de mí.